La habitación es la obra que mantiene el modo de vida del individuo. Esto como un objeto arquitectónico, que nos presenta la oportunidad de impregnarlo de una personalidad en que no solo toma parte el envolvente de habitáculo, sino que también el mobiliario que se dispone en él. Existe una relación simbiótica entre el objeto y el sujeto que genera cambios en la calidad de su espacio. Una de las cuestiones esenciales en cualquier modo de habitar es el cuidadoso proceso de definición material del objeto que será parte de la configuración espacial. Estos buscan presentarse con una utilidad a las relaciones humanas diarias, ya sean los básicos para habitar o los completamente decorativos. Todo lo anterior no significa que el mobiliario sea un objeto que ocupe espacio nada más, sino que se indaga en las valorizaciones a las que está sometida, tanto social como cultural.
El filósofo Jean Baudrillard se refiere a los objetos como configuradores del espacio. La disposición en la que se encuentren dentro del habitar determina un conjunto de relaciones entre sus funciones. Cuando estos sirven más de lo que originalmente servirían es cuando se está creando una comunicación con el habitar. Este aspecto envolvente es clave ya que en cada momento se articula no solo “una” función al objeto, sino que también se le atribuye una personalidad que busca ser fiel reflejo de lo vivido y experimentado por el hombre. En este caso es bueno entender que el “paisaje de objetos” implica reconsiderar el programa de la vivienda transformándose en algo complejo y diverso; único tanto en lo dimensional como en los valores simbólicos a los que se les atribuye.
Es en el mueble y el objeto donde
se forma la actitud del habitar para así ser un conector entre la construcción
y el habitante. Se transforma en una disciplina que cultiva el mobiliario como
parte del ser de la arquitectura. Pero ¿somos conscientes de la compleja
relación entre arquitectura y mobiliario? ¿O del como los objetos cotidianos
configuran una espacialidad dentro del habitar? Sin duda habitar es ejercer
modos y comportamientos que se han tornado regulares en virtud de la
frecuencia; “la estabilidad criada en la reiteración es su característica
inseparable pero se trata, por supuesto, de una estabilidad relativa, jamás
cerrada sobre sí misma.”[1]
El hogar es un espacio en donde habitar no es un simple hecho, sino una
posibilidad. Y esa posibilidad se la otorga el mobiliario y los objetos.
Creo que
se podría retener esa idea del mobiliario como órgano de la arquitectura. Es
una peculiar acción que altera infinitamente la relación que nosotros, humanos,
mantenemos con el habitar, y la que nosotros, en ésta, tenemos, y ésta, por si
misma, tienen con la llamada totalidad del habitar. Constituye siempre un
horizonte variable que permite infinitas formas de manifestar tiempo y cultura,
el ser y el formar parte de un sistema, de un total. El mobiliario actúa casi
como una segunda planta que configura una espacialidad interior y las maneras
de como experimentarlo. Todo esto relacionado siempre con la estructura
primaria del habitar, ya que el objeto no solo es parte de un espacio, sino que
lo configura y lo vuelve infinitamente único en esta relación sujeto-objeto,
que marca presencia en el cotidiano del hombre.
[1] Oyarzún, Pablo, “Divagación
sobre la ciudad moderna y el habitar”, ARQ42, La habitación en altura,
Santiago, 1999, pag.3.
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